La distopía como síntoma de malestar social.

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El género distópico no es tan sólo una visión crítica sobre el futuro, también es un reflejo del sentimiento de descontento imperante entre la población. Un sentimiento de desesperanza aflije a los individuos, causado por la percepción de no sentir que el mundo tenga un rumbo luminoso.

La conflictividad social se ha convertido en un lamentable espectáculo circense, con amplia participación colectiva, que desdibuja la naturaleza original del asunto. Es por ello que parte de la ciudadanía no se siente convencida de nada, no consigue aceptar la idea de algo mejor, sino la de verse sometida a una constante inestabilidad.

Es decir, ya no somos una humanidad de creencias sólidas, sino mutables, como consecuencia de un ambiente voluble.

Por lo tanto, las fronteras delimitantes del bien y el mal se desdibujan, dejando una confusión considerable.¿En que creer?,¿en que confiar?, ¿que podemos aceptar?, interrogantes que impactan contra una muralla de complejidad infranqueable.

No se puede limitar la identificación con la distopía como mero pesimismo, más bien, existe porque no hay certidumbre de algo mejor, de un verdadero interés de la humanidad de elevarse sobre sus flaquezas para transformar el mundo en un lugar esplendoroso.

Pareciera que se ha aceptado con pesarosa resignación, nuestra completa incapacidad para lograrlo. Todo esfuerzo para conseguirlo, esta condenado al fracaso o al más ingrato olvido, quedando una interrogante:¿para que seguimos?

La compleja maquinaria de la Historia no puede detenerse, quizás continuamos porque no tenemos otra opción distinta a las disponibles y si las tuvieramos ¿las explorariamos o las ignoramos por cumplir con el hábito de desconfiar?

Es así como en años recientes, sufrimos un colapso sobre en que creer o en quien confiar, porque hemos sido flagelados con la traición, la farsa o las teorías mágicas de la realidad, llevandonos a una saturación de angustias.

De esa angustia, parte la actual actitud reactiva de los ciudadanos, el constante cuestionamiento a todo, incluso aunque sea verídico lo expuesto y con ello, la sobrecarga nerviosa que padece el mundo. El problema es que la costumbre nos mantiene atados a ciclos perniciosos que hasta pareciera nos causa un placer morboso.

¿Será que convertimos el conflicto en nuestro objetivo vital?

Saque usted sus conclusiones.

Pedro Felipe Marcano Salazar.

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