Recuperemos la decencia.

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En los tiempos actuales, estamos siendo testigos de conductas miserables que se imponen como “normas”. Son aceptadas o convertidas en medio de dominación mental, para subyugar la honradez en los actos individuales.

Ha surgido una corriente censuradora de la honestidad, que trata de sugestionarnos con la idea de aceptar comportamientos dañinos como si éstos fueran “postivos” o como medios legítimos para alcanzar un placer pasajero, efímero.

Son fuerzas reaccionarias, encubiertas hábilmente, que desprecian la diafanidad de los ciudadanos probos. Para estas fuerzas, la solicitud de decencia es una petición “arcaica”, evocadora de posturas “conservadoras” que impiden la búsqueda del placer.

Tratan de distorsionar la realidad, condenando el decoro y haciéndolo ver como “debilidad” o incapacidad para “disfrutar de la vida”. Odian la mesura, el apasionamiento es su hábito, están interesados en que despilfarremos nuestra vitalidad en dolorosas disputas que nunca aspiran a un acuerdo justo.

La putrefacción moral que horroriza al ciudadano actual, es por una marcada ausencia de límites que impidan replicar malos ejemplos. Esos límites no deben ocultar la realidad, sino revelarla y orientar los esfuerzos en educar para comprender su naturaleza dañina.

Hay que evitar caer en el engaño de que ser decoroso, equilibrado o no aceptar determinadas tendencias es sinónimo de ser “anticuado”. Porque la falta de autoobservación ha provocado un ambiente desarmonioso en el presente siglo.

Ha soliviantado a los seres más mediocres, vulgares personalidades, a atribuirse el patético rol de redentores o ejemplos a seguir, siendo evidente su falta de genio y desprecio por la probidad.

Hay que recordar que la decencia no es ser anticuado, conformista, o peor aún, reprimido. Decencia implica ser transpararente en nuestros actos, no replicar la discordia sino la armonía, saber establecer límites a aquello que no está bien y expresar nuestra opinión de manera respetuosa.

La decencia siempre dará voz a quienes poseen autoridad moral y callará a las voluntades corrompidas.

Los ciudadanos decentes son los únicos que destacará la historia y pueden determinar un buen destino.

Saque usted sus conclusiones.

Pedro Felipe Marcano Salazar.

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